Archivos • 05 Jan 2023
En los días posteriores a la Primera Guerra Mundial, organizar un Gran Prix era una forma habitual de conmemorar una fecha, una celebración tradicional o una inauguración. Por ello, además del Gran Premio más tradicional, se celebraron muchos otros eventos con los mismos pretextos.
Uno de los acontecimientos deportivos más extraños de todos los tiempos fue el Gran Premio que conmemoraba la inauguración del Garaje de Banville en París.
Después de dominar la temporada del Gran Premio de 1927, el piloto francés Robert Benoist se quedó sin trabajo tras abandonar el equipo oficial Delage. Por ello aceptó la invitación de dirigir el nuevo “Garage de Banville”, si no el primero, sin duda uno de los primeros aparcamientos de varias plantas del mundo.
Y es que en el ambiente de nuevas ideas y creciente prosperidad que se vivía en los años veinte, a un grupo de franceses acomodados económicamente, muchos de ellos antiguos pilotos de caza en la Gran Guerra (como Robert Benoist), se les ocurrió la idea de construir un garaje donde los miembros más acomodados de la sociedad pudieran aparcar sus exquisitos coches de alta gama.
La idea fue bien acogida y la venta de acciones del proyecto aportó el dinero suficiente para comprar el terreno y construir el “Garaje de Banville” (el nombre se eligió por estar situado al final de la calle Theodore de Banville de París).
Había dos plantas subterráneas y cinco pisos de altura, todos conectados por una rampa de 600 metros de largo hecha de hormigón, el material de moda cada vez más común.
En la planta baja había una gran sala de exposición donde se vendían modelos de Lancia y Bugatti. En el sótano estaba la sección de servicio y los talleres.
Cada coche tendría su propia plaza alquilada en una de las cinco plantas siguientes. En la sexta planta, una osadía sin precedentes: además de un minigolf, había tres pistas de tenis cubiertas, un gimnasio y un restaurante. Todo para satisfacer los refinados hábitos de los clientes.
Para la gran inauguración, Robert Benoist y Christian Dauvergne (uno de los inversores de Banville) idearon un plan sin precedentes que les daría visibilidad y notoriedad. Simplemente decidieron organizar un “Gran Premio” dentro del edificio. O más bien, una carrera en rampa, literalmente.
Benoist y Dauvergne consiguieron reunir una lista de 15 deportivos de conocidos pilotos, amigos del dúo. Para proteger a los competidores, se crearon barreras con sacos de arena, impidiendo que cualquier fallo provocara la caída de uno de los pisos.
Por seguridad, se decidió que no se registrarían los tiempos de las subidas, evitando así excesos que podrían tener consecuencias nefastas. Por consiguiente, no hubo ganador declarado. Pero aun así fue un gran éxito y proporcionó al espacio la atención necesaria que permitiría al garaje prosperar rápidamente y, mejor aún, adquirir la salud financiera que le permitiría sobrevivir a la Gran Depresión de 1929.
Mientras tanto, Robert Benoist volvería a las pistas como piloto de Bugatti y director deportivo, llegando a ganar las 24 Horas de Le Mans en 1937. Pero el “Garage de Banville” continuaría su actividad.
En 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis requisaron 26 de los coches de lujo que se guardaban en el garaje, poco antes de que abandonaran París. Poco después, llegaron miembros de las Fuerzas Francesas del Interior (FFI) y requisaron otros 43 coches.
Después, el espacio pasó a manos del ejército estadounidense y no volvería a la actividad tradicional hasta 1946, manteniendo el modelo sin problemas hasta los años ochenta.
En ese momento, los nuevos propietarios decidieron que sería más rentable convertir el Garaje de Banville en un edificio de oficinas, poniendo así fin a la pista de Gran Premio más exótica que jamás haya existido.
Imagen coloreada por Ricardo Grilo