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Al igual que en muchos otros sectores de la vida portuguesa (y también extranjera), el TAP no escapó a la costumbre de las novatadas. Como siempre, las víctimas eran los novatos/jóvenes que acababan de entrar en la empresa y a los que los mayores hacían todo tipo de travesuras. Nada que comparar con las tonterías absurdas que se hacen hoy en día en algunas escuelas y universidades portuguesas; se trataba simplemente de organizar bromas más o menos inocentes con el personal de los aviones de las que nadie salía herido ni humillado. Al contrario, todo terminaba con una buena carcajada y un brindis a la salud del novato. A la de los novatos, preferiblemente.
Una de las novatadas más “crueles” se hacía en el Boeing 707 cada vez que había un novato a bordo. Hay que tener en cuenta que a principios de los 70 algunos auxiliares de vuelo y azafatas empezaron su carrera en vuelos de larga distancia, convirtiéndose así en candidatos más que apetecibles para este ritual. Vayamos a la historia que llega tarde.
En la cabina del Boeing 707 había una escotilla que conducía a la bodega de electrónica, un compartimento relativamente grande donde estaban instalados los equipos que alimentaban la mayoría de los instrumentos de navegación e información. Teniendo esto en cuenta, se acordó con el jefe de cabina el momento oportuno para decirle a la azafata novata (esto siempre funcionaba mejor con las mujeres…) que el capitán la estaba llamando. La orden del capitán no tuvo discusión e instantes después la “víctima” entró en la cabina y se encontró con un espectáculo aterrador: ¡no había nadie, las sillas estaban vacías! ¡Horror! Siguió un grito agudo y una carrera de vuelta al Jefe de Cabina:
– Jefe, ayuda! ¡¡¡Los pilotos han desaparecido!!!
– ¿Estás loco o qué?
– Pero yo lo vi, Jefe. O mejor dicho, no lo vi. ¡No hay nadie allí!
– Siéntate aquí y descansa. Toma un vaso de agua. Son los nervios de la primera vez.
Mientras se desarrollaba este interesante diálogo, los pilotos y el Ingeniero de Vuelo salieron de la bodega de electrónica (era posible controlar el avión desde allí, por lo que la seguridad nunca se vería comprometida) donde se habían escondido y regresaron a sus respectivos asientos. Fue entonces cuando el Jefe de Cabina pidió a la aterrorizada asistente (azafata, en aquel momento) que le acompañara a la cabina para ver qué pasaba. Allí fue, temblando como una hoja, maldiciendo el día en que había elegido esa profesión. El Jefe llamaba a la puerta y se oía una voz:
“¡Adelante!”
¿Sería posible? Cuando se abría la puerta allí estaban los tres (a veces cuatro) muy bien sentados y ocupados en sus respectivas funciones. Todo era más que normal. ¿Había sido una visión?
La desafortunada criatura regresó poco después a su asiento en el avión pensando que tenía que concertar una cita urgente con el psiquiatra. Estaba viendo “cosas”. O mejor dicho, estaba “perdiendo” cosas.
Se dejaba a la víctima en ese estado de angustia hasta que llegaba al aeropuerto de destino y sólo entonces se le explicaba lo que había pasado. Fue una novatada, nada más.
Todo acabó horas después en algún restaurante de la ciudad en un ambiente de gran celebración y amistad sólo posible en los tiempos en que el TAP era poco más que una gran familia.
La foto que ilustra este texto (sí, soy yo a la izquierda…) se hizo durante un viaje con un grupo de alumnos de un colegio de Oporto que volaban por primera vez. Uno de los profesores colaboró en la novatada proporcionando atrezzo durante el procedimiento de embarque. Más tarde habría visitas a la cabina.
Durante las demostraciones de seguridad, mi querida Sara Caldas, azafata de vuelo, se dirigió al casi centenar y medio de jóvenes pasajeros y gritó con su bien colocada voz
– “Chicos: si os digo que os larguéis de aquí, os largaréis de aquí, de allí y de todas partes. ¿Entendido?”
Creo que fue el mejor y más eficaz discurso de seguridad que he oído en mi vida.
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