Archivos • 27 Jan 2023
Era 1975 y yo me había estrenado un par de meses antes como copiloto de un Boeing 727/100. La escala del día (o más bien de la noche) era un vuelo de carga entre Oporto y Amsterdam con regreso a Lisboa. El avión era una versión QC (Quick Change) que podía alternar entre transportar pasajeros o carga exclusivamente. Esta vez sería mi primera operación “100% carga”, una tarea que casi todos los pilotos disfrutaban, ya que los horarios no eran tan estrictos y no había que preocuparse por los pasajeros. Despegábamos de Lisboa a primera hora de la noche y regresábamos al amanecer del día siguiente. Una noche de fiesta, por lo tanto.
Yo formaba equipo con el capitán “X”, una figura legendaria en la historia de TAP, un veterano de la época de los DC-4 Skymaster y Lockheed Super Constellation que se acercaba rápidamente a la edad de jubilación. Era una de esas personas a las que todos en la compañía admiraban y a las que todo estaba permitido, tal era el prestigio que llevaba consigo. Completaba la tripulación un Mecánico de Vuelo (así los llamaban entonces) que también tenía mucha experiencia y cuya edad rondaría probablemente los 50 años. Era el único realmente “maçarico”.
Entre Lisboa y Oporto el avión volaba completamente vacío, sólo entonces recibiría la carga que teníamos que transportar hasta Amsterdam. Cte “X” aprovechó para divertirse. Despegó de Portela y voló a mano durante la mayor parte del vuelo. Y cuando digo “a mano” quiero decir con una sola mano, porque en la otra sostenía su cigarrillo encendido, que nunca abandonaba. Mientras tanto, yo hacía los trámites inherentes al papel de copiloto: listas de comprobación, comunicaciones, navegación, trabajo administrativo, etc. Un aburrimiento.
Despejado para una aproximación visual directa a la pista 36 de Pedras Rubras, el Cte “X” siguió divirtiéndose manteniendo la velocidad a 300 kts o más mientras disfrutaba del paisaje nocturno. Cerca del PG, el radio de referencia de la pista en cuestión, se volvió hacia mí y me dijo: “Coge el avión y asegúrate de aterrizar recto”.
“¿Qué? El viejo está loco”, pensé. “Estamos volando a 300 kts cuando deberíamos estar a 210 o menos, ¿cómo voy a desatar este nudo?”. Los demás, Cte y M/V, ni pestañeaban. Agarré los speedbrakes, el tren de aterrizaje (cuando la velocidad lo permitía), los flaps y todo lo que tenía para tratar de frenar un avión que era muy liviano. Todo vibraba, era como un terremoto. Empecé a sudar de nerviosismo. Poco después, cuando pedí la lista de comprobación del aterrizaje, el mecánico no pudo contener la risa. Fue entonces cuando me di cuenta: me estaban haciendo una “novatada”. Y de qué manera.
Conseguí aterrizar el avión lo mejor que pude y como la operación salió bien, esperé los aplausos del Cte “X”. Nada. Ni una palabra al respecto. Sólo dijo
– Va a ser una noche larga, vamos al bar del aeropuerto a comer algo mientras se carga el avión.
Así que nos fuimos. Aunque era casi medianoche todavía había varios clientes en el bar, por lo que era necesario guardar cierta discreción. Todos íbamos de uniforme y en aquella época (al igual que hoy) un uniforme TAP infundía respeto y admiración.
El camarero se acercó a la mesa, nos saludó respetuosamente y preguntó:
– ¿Es esa la costumbre, señor comandante?
– Sí, por supuesto.
Durante unos minutos charlamos de banalidades hasta que por fin llegó “lo de siempre”. Eran croquetas, pasteles de bacalao, queso, aceitunas, pan tostado y … una tetera con tres tazas. Yo, que no soy un fanático del producto, hubiera preferido una Coca Cola o algo similar, pero ¿quién se atrevería a llevarle la contraria al Cte “X”? Ni por asomo.
Siempre caballeroso, Cte cogió la tetera y se puso a servir a sus compañeros de aventura:
– Ya saben. Sólo una taza para cada uno. Ni una gota más.
No me lo podía creer. ¿Así que ahora incluso el té tiene que ser racionado? Ni siquiera me gusta, pero si lo hiciera… Era realmente extraño, nuestro héroe. Un momento después el Cte “X” levantó su taza y brindó: “A vuestra salud, chicos”.
Me quedé con la boca abierta. ¿Desde cuándo se brinda con… té???? El viejo se volvió loco, pensé.
Entonces me llevé la taza a la boca y bebí un sorbo. Era vino blanco fresco. Verde, como a mí me gusta. Debí de parecer un completo idiota, tanto que el mecánico escupió media croqueta intentando contener la risa. La segunda parte de la novatada había terminado. Divertida e inocente, como deberían ser todas las novatadas, pero cosas que sólo se hacían cuando no había pasajeros a bordo. Fue entonces cuando las cosas se pusieron un poco más finas.