Archivos • 26 Set 2023
Una tragedia nunca viene sola. Y, más allá de la romantización asociada al fenómeno Titanic, este evento marcó el mundo de forma incuestionable. Incluso antes de su viaje inaugural, el Titanic ya era un éxito. En la época dorada de las líneas transatlánticas, donde la aviación era solo una curiosidad extravagante, ¡varias compañías navieras competían por la supremacía de los océanos!
Hasta la fecha, los barcos eran probablemente el exponente máximo de la capacidad de esta civilización humana. Eran, pues, el único medio de transporte de personas, bienes, divisas y sueños sobre el vasto océano, conectando continentes. Lejos de cualquier pronóstico negativo, el Titanic recibió gran afluencia de pasajeros, que llevaban a sus familias hacia el sueño americano, que regresaban de negocios, de vacaciones, etc. Uno de esos acomodados pasajeros, era William Carter of Bryn Mawr, dueño de una fortuna considerable, proveniente de la explotación de carbón y hierro. Este, viajaba junto a su esposa y dos hijos por Europa. En este mismo viaje, William adquirió un automóvil muy especial, y luego trató de llevarlo consigo al nuevo mundo. El automóvil, antaño moderno, es hoy un clásico, y se trata del exquisito Renault 1912 Type CB Coupé de Ville.
Posiblemente encantado con las líneas deportivas, su feliz propietario tenía a su disposición un ejemplar de la bella industria automovilística europea. Equipado con un motor de 2,6 litros, este clásico era categorizado en la potencia fiscal francesa como 12 CV, teniendo por lo tanto algo como 25-30 CV y la capacidad de alcanzar los 50 km/h. Dentro de algunas curiosidades sobre el coche, consta que el radiador se encontraba detrás del motor, permitiendo un diseño más innovador y dando así al frente del automóvil un aspecto más deportivo. Otra especificidad, se fijaba con la transmisión a las ruedas traseras, ya que a diferencia de la tradicional correa o cadena, el Renault poseía ya un eje de transmisión. A pesar de que se denominaba coupé y tenía líneas en consonancia, este clásico respetaba la larga tradición aristocrática y era conducido por un chófer, siendo éste mismo, de nombre Augustus Aldworth, el último en conducir el coche, cuando viajaron al puerto de Southampton, desde donde partieron para el viaje transatlántico. Desafortunadamente, y como una tragedia nunca viene sola, el Coupé de Ville acabó por desaparecer en la inmensidad del océano, siendo sepultado junto con el Titanic a unos respetuosos cuatro kilómetros de profundidad.
Semejante clásico fue presentado y subastado, por la conceptuada RM Sotheby’s en 2008, alcanzando el listón de los 269.500.000 dólares, dando a este modelo un estatuto de importancia considerable. Todo esto suscita inmediatamente la pregunta irracional e inocente, «¿y si»?
¿Y si fuera recuperado del fondo del océano como tantos otros artefactos? ¿Cuánto valdría? De alguna manera, la naturaleza poco sintética de sus materiales suscita dudas sobre su condición, siendo que, varios intentos fueron ya realizados para intentar percibir su estado de conservación.
Un equipo parece haber conseguido una foto parcial de una rueda y un parachoques, pero sin identificación posible. Durante muchas décadas esta historia reposó, siendo apenas resucitada cuando en ocasión de las filmaciones de la película Titanic, que estrenó en 1997, fue revisado el manifiesto de carga del buque. Este hecho, junto con la demanda de indemnización que el dueño hizo a la White Star Line, dueña del Titanic, por valor de 5.000 dólares, dan credibilidad a la presencia del automóvil en los escombros en el Titanic.
Con un poco de suerte y sabiendo, William Carter, después de garantizar la seguridad de su esposa y dos hijos abordó un bote, vagó por el Titanic, donde también él acabó por embarcar en un bote salvavidas más cerca del final, junto con Bruce Ismay, director de W.S. Line. Salvándose así de una muerte segura a cargo de las aguas heladas del Atlántico, la misma suerte no tuvo el chófer que, junto con el Renault, desapareció sin dejar rastro, en la historia trágica que marcó el hundimiento de la embarcación que todos creían inafundible.
La presencia del Renault como parte integrante de la película, puede haber añadido valor al ya elegante automóvil, siendo que puede ser apreciado desde el principio, siendo cargado en el sótano delantero. Aunque esta escena pasa desapercibida en el frenesí del puerto y de la carrera para entrar en el barco de los sueños, también hay la reputada escena donde DiCaprio y Kate Winslet comparten el protagonismo con el propio Coupé de Ville. La escena inmortalizada por los vidrios empapados, une estas tres estrellas en un momento de relajación y alguna sensualidad. Aunque no hay ninguna fotografía del automóvil que embarcó en 1912 rumbo a Nueva York, quedará para siempre, en nuestros recuerdos, la imagen del rojo vivo y de la pasión que en él fue consumada.