Archivos • 02 Out 2023
Hace décadas, los ingenieros eran auténticos maestros artesanos que forjaban historias que luego se convertirían en legendarias, sin necesidad de ir más allá del cuento digno de la epopeya de Carlo Abarth. Sin embargo, los tiempos no eran menos turbulentos que los actuales, la búsqueda de algún mecenas de bolsillos profundos y pasión automovilística era punto clave, y la supervivencia acababa en muchos casos por convertirse en consigna.
Amédée Gordini fue un virtuoso entre los genios, con creaciones dignas del más esperanzado imaginario. Quizás por eso le llamaban “El Mago”.
Inicios Humildes
Nacido en Bazzano, Italia, en 1899, era hijo de agricultores sin tierra propia. Su vida estuvo íntimamente marcada por la muerte de su padre cuando Amedeo (nombre de nacimiento) tenía apenas tres años, siendo que por la incapacidad de la matriarca de la familia en cuidar de los cuatro hijos, Amedeo acaba por vivir con su tío, también agricultor.
Sería precisamente su ahora tutor que, en 1908, marcaría la vida del joven cuando lo acompaña a la Coppa Florio, competición disputada en Bolonia. Desde ese momento Amedeo queda encantado con los automóviles y la mecánica en general, dedicando sus esfuerzos al aprendizaje de los procesos de fabricación que conducían a su obtención.
Curiosamente, a solo unos kilómetros de Amedeo y de su tío, otro niño (apenas dos años mayor que Amedeo) contemplaba la misma prueba con igual admiración, Enzo Ferrari, siendo que además de la pasión que compartían por los automóviles, compartirían también una intensa rivalidad en pista, años después.
Amedeo volvería a su seno familiar original cuando su madre se volvió a casar, lo que provocó el traslado de toda la familia a Bolonia, donde tuvo la oportunidad de educarse en una escuela por primera vez. Pero con la pasión por los automóviles en su sangre y la predisposición de hacer todos los sacrificios necesarios, comienza a trabajar como aprendiz de herrero a los 12 años. A pesar de la carga de trabajo brutal, este primer oficio permitió a Gordini tener un contacto virgen con la mecánica.
Después de años en la misma profesión, y creyendo nada más tener que aprender, Amedeo trabajaría en un concesionario Fiat en Bolonia, primero como auxiliar de tareas, y después como asistente de mecánico. El jefe de mecánicos de aquel concesionario de Fiat era nada más, nada menos, que Eduard Weber, nombre más que ilustre para quien adora clásicos en su forma más pura.
Weber acabaría teniendo un papel vital en la formación y aprendizaje de Gordini, al menos antes de que éste decidiera ingresar en la fábrica Isotta-Fraschini, comenzando otra fase de aprendizaje, esta vez con Alfieri Maserati.
Pero en 1917 su ruta de conocimiento sufre un paro abrupto, en vía de la Primera Gran Guerra, guerra en la que recibiría innumerables medallas de mérito. A su término regresa a Bolonia y ese mismo año fabrica su primer automóvil a partir de un motor Bianchi, llevando a cabo su primera operación rentable por la venta de ese mismo vehículo. Volvería a su puesto en Isotta-Fraschini, empleando su tiempo libre en colaboraciones con Giuseppe Moschini en la fabricación de vehículos para récords de velocidad basados en chasis SCAT. Fue por estos mismos vehículos que el destino quiso que Gordini conociera otra personalidad de enorme relieve en el área, el afamado piloto italiano Tazio Nuvolari.
Durante algún tiempo desempeñó diferentes cargos, en particular con vistas a la acumulación de fondos. Seducido por el escaparate automovilístico que era París, Gordini deja a su mujer Lucía y a su hijo Aldo para viajar hasta la ciudad de las luces en 1925, habiendo cedido inmediatamente a sus encantos. Toma el restaurante Ferrari (sin ninguna relación con Enzo) como su centro de operaciones, pasando en esta gran parte de su tiempo y dinero con su nuevo círculo de amistades, del cual se deberá destacar Guiseppe “Papa” Cattaneo, propietario de uno de los más célebres garajes parisinos de la época con dedicación, entre otros, a la venta de vehículos Isotta-Fraschini.