Competicion • 08 Mar 2023
Para ganar, basta estar al frente cuando muestren la bandera a cuadros. Solo eso. No es necesario liderar desde el primer metro, solo tenemos que ser los primeros en el último, en la línea de meta. Hasta entonces, podemos permitirnos estar detrás del primer clasificado, lo que cuenta es estar presente cuando este tiene algún problema.
Y eso fue lo que le sucedió a Dennis Hulme el 13 de enero de 1974, en la primera carrera de la temporada, en Argentina. Tres meses después de la última de la temporada anterior, en Watkins Glen, la Fórmula 1 se había transformado: Jackie Stewart se había ido, François Cevért estaba muerto, Emerson Fittipaldi se había ido a McLaren y, en su lugar, estaba Jacky Ickx, después de medio año deambulando entre McLaren e Iso-Marlboro. Tyrrell llenó su equipo de jóvenes lobos, el sudafricano Jody Scheckter y el francés Patrick Depailler, para dar sangre nueva al equipo. En Shadow, el equipo angloamericano, se refugiaba el estadounidense Peter Revson, proveniente de McLaren.
Ferrari también decidió agitar las aguas después de una revolución de arriba a abajo que Enzo Ferrari estaba dispuesto a hacer. No solo en cuanto a pilotos, Clay Regazzoni regresó de BRM y trajo consigo a un austriaco llamado Niki Lauda, sino que también aceptó una sugerencia de Fiat de acoger a un joven ingeniero de 25 años llamado Luca Cordero di Montezemolo.
Con todo eso, todos disfrutaban del sol y el calor en el verano austral de Buenos Aires, en una carrera donde todos los ojos estaban puestos en el piloto local, Carlos Reutemann, que corría en su Brabham y estrenaba su nuevo coche. Partiendo desde el sexto lugar, en una clasificación ganada por Ronnie Peterson en su Lotus, aprovechó bien la confusión en la primera vuelta para ser segundo y atacar al sueco de Lotus. En la tercera vuelta, tomó el mando, para deleite de los fanáticos locales que no veían a nadie ganar desde los tiempos de Juan Manuel Fangio, quien estaba allí para dar la bandera a cuadros. Y entre los fanáticos, nada menos que una figura muy importante: Juan Domingo Perón, el presidente de Argentina.
Con Reutemann controlando la situación, parecía que los locales comenzaban a creer que podrían celebrar. El Brabham, que estrenaba su modelo BT44, mostraba ser competitivo, y a medida que pasaban las vueltas no solo se mantenía en la punta, sino que también se estaba alejando. Y cuando algunos de los favoritos abandonaron, James Hunt en la vuelta 11, Jody Scheckter en la 25, Jacky Ickx en la 36, al mismo tiempo que Ronnie Peterson (problemas de frenos) y Emerson Fittipaldi (problema en una bujía) se retrasaban, entonces los argentinos comenzaron a creer. Hasta el punto de que el propio Perón decidió, en el último momento, presentarse en el podio para entregar el trofeo al ganador, Reutemann.
Sin embargo, lo que nadie sabía era que él tenía un problema. La entrada de aire detrás de su casco se había roto y bloqueaba el aire necesario para mantener el motor fresco. Y lo que es peor: consumía más combustible del necesario, es decir, corría el riesgo de no llegar a la meta. Sin embargo, Reutemann decidió confiar en la suerte, y en las vueltas finales… comenzó el drama. Con el coche fallando porque la gasolina estaba llegando a la reserva, Hulme, el segundo clasificado después de haber luchado con Ickx en la carrera y superado a los Ferrari, se enteró de los problemas de Reutemann y comenzó a acercarse.
Y fue en ese momento que “El Presidente” decidió dirigirse al podio, desconociendo los problemas de su compatriota. Mientras caminaba debajo de tribunas y túneles, Hulme pasaba a Reutemann al principio de la penúltima vuelta, y Reutemann se detenía, sin una gota de combustible, ante la desilusión de los fanáticos locales. Perón, advertido del embrollo, dio media vuelta, después de todo, ¡podría entregar el trofeo a un extranjero!
Al final, Hulme, el campeón de 1967, celebraba su primera victoria en medio año y la tercera del chasis M23, pero la gran novedad fueron los Ferrari de Regazzoni y Lauda, el primer podio doble de la Scuderia desde el Gran Premio de Alemania de 1972, un símbolo de que la apuesta radical por los nuevos tiempos y las nuevas mentalidades comenzaba a dar resultados.
Al final, la carrera quedó en la historia como la última victoria para el “oso” neozelandés y la última de alguien de ese país, y también como el primero de los 54 podios que el piloto austriaco lograría en su carrera en la Fórmula 1.
En cuanto al argentino… nadie lo sabía, pero dos cosas iban a suceder. La primera, que nunca ganaría su carrera local. Pero la segunda era que su momento de gloria ocurriría muy pronto.