Aviones y letras, una combinación para pocos

Pilotar aviones por el mundo y al mismo tiempo escribir obras maestras es para pocos – muy pocos. El francés Antoine de Saint-Exupéry logró esta hazaña como nadie (entre tantas otras, que marcaron su vida de aventuras aéreas y letras).

En libros como “Vuelo Nocturno”, “Correo del Sur” o “Tierra de Hombres”, Saint-Exupéry nos relata vuelos increíbles, aventureros románticos, tormentas en los Andes y caídas en el Sahara, pero principalmente de frágiles seres humanos confrontados con las fuerzas colosales de la naturaleza. Y todo esto narrado con lirismo y la mano firme de un maestro de la palabra.

Pionero del correo aéreo mundial en las primeras décadas del siglo pasado, Saint-Exupéry volaba de París a Buenos Aires con un viejo monomotor y poca ayuda externa, orientado solo por una brújula, el sol y las estrellas. Sus pasos por Florianópolis y Porto Alegre, dos capitales en el sur de Brasil, están registrados en relatos antiguos.

En la Playa del Campeche, en Florianópolis, donde hacía escalas técnicas para reabastecimiento y descanso, hay una discreta placa en su honor. En uno de sus libros, describió las luces de Porto Alegre vistas desde su cabina. Dicen que Saint-Exupéry (llamado “Zé Perri” en Campeche) era un sujeto afable, que le gustaba escuchar, y que fue un piloto algo distraído (lo que quizás explique los varios accidentes que sufrió).

El hombre que escribió “Lo esencial es invisible a los ojos” desaparecería en las aguas del Mediterráneo, al final de la Segunda Guerra Mundial, pilotando un Lockheed P-38 Lightning, probablemente abatido por cazas nazis. Su cuerpo nunca fue encontrado. Es una pena que hoy en día tanta gente – así como las misses de antaño – solo conozcan de Saint-Exupéry “El Principito”. Una obra maestra que todavía encanta a niños y adultos, sin duda, pero no mejor que muchos de sus libros menos conocidos sobre hombres y máquinas voladoras.